Hace algunos años durante una visita al oftalmólogo, éste, al probar los lentes que compensarían mi déficit visual me hizo notar la diferencia nada desdeñable entre lo deslumbrante y lo preciso. No recuerdo con exactitud sus palabras, pero sí llevo grabada en mis retinas la vivencia de la lección. De manera sucinta describiría lo primero como aquello que sorprende por su intensidad, por su alto relieve, por su efecto de encantamiento. En cambio, lo segundo es lo que convence por su irrebatible congruencia, por ajustarse sólo a lo que es estricto y necesario.
Sabemos gracias a Julio Cortázar que los cronopios son seres desordenados y tibios. Agregaría de mi parte que también son un tanto tumultuosos y hasta con cierta inclinación a lo prodigioso. Sin embargo, las conductas de estos seres; junto con las de los famas y de las esperanzas, no se extravían en las llamativas peripecias del sinsentido gracias a la lógica interna que les otorga consistencia, que les imprime al conjunto de sus relatos el ex vecino afrancesado del Barrio Rawson.
Sicak kafa (Cráneo febril) es una serie turca donde la capital de ese país, Estambul, es asolada por un virus de inspiración burroughsiana conocido como Farfullo que se propaga a través del habla. Sus víctimas se ven compelidas a balbucear impulsivamente y unos minutos expuestos a ellas bastan para producir el contagio. El ruido de esta época, lo pienso ahora, tiene una de sus formas en el balbuceo.
He detectado recientemente que hay un tipo de discurso que aspira a la plenitud pero que se lo lee vacilante, dificultoso, bifurcado por los senderos de la grandilocuencia aun cuando se exhiba breve; que se refugia bajo un cúmulo de bien intencionados artefactos, cautivadores, por cierto, pero que terminan por confundir la relación de éstos con la historia. No me simpatizan las moralejas, pero luego de sentirme expuesto a esto que describo me queda pensar que la precisión es un arte, por el contrario, lo deslumbrante, un espectáculo.
IMAGEN Ángeles de Asger Jorn, 1946
Alejandro Zuy